300 años de Kant. Por Mario Caimi

Creo que lo más adecuado y justo que podemos hacer en un aniversario de Kant es expresar nuestro agradecimiento. Agradecemos su inmenso legado. Con su “giro copernicano” en el modo de pensar Kant enriqueció nuestro mundo con nuevas e inmensas dimensiones. Llevó al pensamiento humano a explorar territorios no hollados y nos hizo advertir, desde puntos de vista nuevos, realidades magníficas. Concebimos el mundo, y nos concebimos a nosotros mismos en él, de una manera más rica y compleja. Lo que él dice hablando de sí mismo tiene validez también para cada uno de nosotros: “Dos cosas llenan el alma de admiración y respeto siempre nuevos y crecientes cuanto con mayor frecuencia y constancia se ocupa en ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”. (Crítica de la razón práctica, AA V, 161, citado y comentado en Der Streit der Facultäten, AA VII, 58-59). La primera de esas dos cosas me muestra que tengo un lugar en esa inmensidad del mundo sensible y que estoy en conexión con el infinito espacio y el infinito tiempo. Me hace conocer mi insignificancia como criatura animal que, tras una corta vida, debe devolver su materia al planeta en el que vive. A la vez, la filosofía kantiana, al explorar las condiciones a las que está sometido ese mundo sensible, me muestra la inseparable vinculación de la mente y los objetos de ese mundo. La segunda de aquellas dos cosas admirables me presenta ante mí mismo como personalidad moral y me sitúa a mí mismo en un mundo inteligible efectiva y verdaderamente infinito, accesible sólo al pensamiento. Conozco así mi importancia, porque al tener en mí la ley moral adquiero una dignidad infinitamente superior a la que puedo tener como sujeto humano empírico, mera parte del mundo sensible. Kant nos entrega la certeza de una dignidad –la dignidad propia del hombre inteligible que somos- en comparación con la cual toda nuestra naturaleza sensible es insignificante. A pesar de todos los horrores y las miserias del mundo histórico, a pesar de la maldad y de la estupidez que observamos en la humanidad, la dignidad del ser humano viene a ser un valor verdadero e intangible. El reconocimiento de esta verdad es otra parte del legado que agradecemos a Kant. La lucidez capaz de concebir esos pensamientos no se alcanza sin un arduo trabajo. El filósofo nos lleva de la mano por ese camino; es difícil concebir su pensamiento y reproducirlo por nuestra cuenta y para nuestro propio uso, pero la recompensa de ese esfuerzo es doble: por una parte, consiste en las certezas que con él se alcanzan; por otra parte, consiste en el despliegue de posibilidades de nuestro pensar, que quedarían sin ser realizadas (e incluso sin ser conocidas) si no contáramos con la guía de este pensador eminente. Por todo eso nos hemos reunido aquí para celebrar su tricentésimo cumpleaños y para expresar nuestro agradecimiento por su legado.


Aquí puede acceder al registro de la entrevista a Claudia Jáuregui y Mario Caimi